Tragué, mentí, olvidé, dejé mi cama perdida de sudor, acepté,
convencí, enfermé, pensé, arañé y mordí.
Sostuve, me enfrenté, maldije, me tronché, lloré y me olvidaron.
Palpité, olvidé, suavicé, perduré, me limpié.
Contuve la respiración, defendí una idea, me alegré de una muerte.
Disfruté, me sacié, maldije un nacimiento, perdí la razón.
Perpetué, observé, me arrastré, curé yo solo mis heridas.
Me recobré, volví sobre mis pasos, se soldaron mis huesos en cuatro
meses.
Tuve hijos, me alegré, celebré, llegué tarde, hablé para arreglar
cosas.
Hice grandes problemas de nada, caminé en la arena y con el viento
en contra.
Robé, mordí, palpité, traicioné, hice trampas y me pillaron.
Supe disculpar, supe amar y nunca supe hacer que el amor perdurara.
Bailé. Me olí. Me reconocí. Tuve tiempo.
Prometí no hacer lo mismo, hice lo mismo, viví cien veces la misma
vida.
Usé todos los verbos, busqué en el diccionario verbo a verbo y los
había usado todos menos el verbo morir.
Y me alegré, ya que morir -me parece- no debería ser un verbo.
En algún momento de tu vida deberías pensar serieamente dejar de hacer el ridículo de Rodrigo Garcia.
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