Irène. Pierre Lemaitre
miércoles, 15 de agosto de 2018
El mundo quiere sangre...
El éxito indescriptible de la literatura policiaca demuestra, con toda evidencia, hasta qué punto el mundo necesita de la muerte. Y del misterio. El mundo persigue esas imágenes no porque necesite imágenes. Porque solo tiene eso. Aparte de los conflictos bélicos y de las increíbles carnicerías gratuitas que la política ofrece a los hombres para calmar la inagotable necesidad de muerte, ¿qué tienen? Imágenes. El hombre se nutre de imágenes de muerte porque tiene hambre de muerte. Y solo los artistas pueden aplacarla. Los escritores escriben sobre la muerte para los hombres a los que les hace falta la muerte, crean dramas para calmar su necesidad de drama. El mundo quiere siempre más. El mundo no quiere solamente papel e historias, quiere sangre, sangre de verdad. La humanidad intenta colmar su deseo transfigurando lo real —¿no es de hecho a esa misión de serenar al mundo ofreciéndole imágenes a la que su madre, una gran artista, consagró su obra?—, pero ese deseo es insaciable, irrefrenable. Quiere lo real, lo verdadero. Quiere sangre. ¿No hay, entre la figuración artística y la realidad, un estrecho camino para quien se compadezca lo suficiente de la humanidad como para sacrificarse un poco por ella? Oh, Camille, no me creo un libertador, no. Ni un santo. Me contento con interpretar mi propia música, modestamente, y si todos los hombres hicieran el mismo esfuerzo que yo, el mundo sería más habitable y menos malvado.
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