Hiperión o el eremita en Grecia. Friedrich Hölderlin
miércoles, 15 de agosto de 2018
Llorar a los muertos que no lo quieren...
Lloramos a los muertos como si ellos sintieran la muerte, pero los muertos están en paz. El dolor que no tiene igual, el sentimiento ininterrumpido de la aniquilación total se produce cuando nuestra vida pierde su significado de esta forma, cuando el corazón se dice: tienes que morir y nada quedará de ti; no has plantado flor ninguna, ni construido ninguna cabaña que te permitan decir: dejo un rastro de mí en la tierra. ¡Ay!, ¡y el alma puede seguir siempre colmada de deseo, a pesar de toda esta desesperación!
El mundo quiere sangre...
El éxito indescriptible de la literatura policiaca demuestra, con toda evidencia, hasta qué punto el mundo necesita de la muerte. Y del misterio. El mundo persigue esas imágenes no porque necesite imágenes. Porque solo tiene eso. Aparte de los conflictos bélicos y de las increíbles carnicerías gratuitas que la política ofrece a los hombres para calmar la inagotable necesidad de muerte, ¿qué tienen? Imágenes. El hombre se nutre de imágenes de muerte porque tiene hambre de muerte. Y solo los artistas pueden aplacarla. Los escritores escriben sobre la muerte para los hombres a los que les hace falta la muerte, crean dramas para calmar su necesidad de drama. El mundo quiere siempre más. El mundo no quiere solamente papel e historias, quiere sangre, sangre de verdad. La humanidad intenta colmar su deseo transfigurando lo real —¿no es de hecho a esa misión de serenar al mundo ofreciéndole imágenes a la que su madre, una gran artista, consagró su obra?—, pero ese deseo es insaciable, irrefrenable. Quiere lo real, lo verdadero. Quiere sangre. ¿No hay, entre la figuración artística y la realidad, un estrecho camino para quien se compadezca lo suficiente de la humanidad como para sacrificarse un poco por ella? Oh, Camille, no me creo un libertador, no. Ni un santo. Me contento con interpretar mi propia música, modestamente, y si todos los hombres hicieran el mismo esfuerzo que yo, el mundo sería más habitable y menos malvado.
Irène. Pierre Lemaitre
La garganta en llamas...
Si no callara podría quemar a alguien con una sola palabra.
Pero callo y vuelvo a callar, y las llamas me queman la garganta hasta convertirla en cenizas.
Si soltará lo que pienso de cada ser humano que se cruza por mi vida, me vería rodeado de carbón, con manchas negras en mi cara, en mi cuerpo.
Sería una imagen tan bella veros arder.
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