Eso debería haber hecho ese día que me maquillé, sonreí y grité sin tener fuerzas ni para mantenerme en pie.
Ahora aparece esta camiseta arrugada al fondo del armario y me grita 'DESPIERTA TU RABIA'... Ya la ocasión ni tan siquiera merece despertar absolutamente nada. Está muerto, acuchillado y en silencio. Y no tengo ninguna intención de resucitarlo.
La camiseta me estaba demasiado ajustada, no era cómoda y ahora aún menos. Quizás era una premonición. No hay que insistir en ponerse lo que no te deja moverte, lo que te inmoviliza, lo que te anuncia un estallido.